El poeta oscuro
Y cuando el rayo del sol lo
iluminaba, yo estaba bajo las sábanas, amando las partes más bajas de su
anatomía.
Repté sobre su cuerpo hasta llegar a su boca, y al culminar aquel
húmedo beso dí por terminado aquel recorrido con otro más suave en su frente.
Por un momento, sentí que lo protegía de aquel mundo que lo había herido tantas
veces.
Pronto, lo encontré desnudo sobre mí, con su cabeza apoyada
en mi pecho; mis brazos no dudaron y rodearon su humanidad con la calidez de
una entrañable amistad, mas no éramos otra cosa.
Aún así, no hacíamos más que amarnos...
Aquella mañana me sentí libre, su presencia había aflorado en mí
sentimientos que hasta ese entonces reconocía ajenos.
Él era lo único que quería en este mundo, y a pesar de saber que
la posibilidad de no volvernos a ver era amplia, me entregué por completo
a aquellas manos.
Yo no sabía su nombre. - llamame como quieras -me dijo.
Durante la noche se me escapaban los " te quiero", y
llegué a pensar que el nombre que le daría era ese. Al otro día seguía
sin saberlo, y así ,sin más, nos despedimos. Se vistió rápidamente y corrió
hacia la puerta. Lo detuve a tiempo y ,desesperada, le pregunté dónde podría
encontrarlo y cuándo nos volveríamos a ver.
- Descuida, debajo de la almohada te dejé un pequeño papel. Allí
encontrarás todo aquello que necesitas saber.
En cuanto se fue, me dirigí a la cama, tomé la almohada y la
revoleé con furia hacia el fondo de la habitación; y allí estaba, ese pequeño
papel. Lo sostuve delicadamente, como si fuese el pétalo de una rosa, y me
dispuse a leerlo. Mi desesperación llegó a su nivel más alto, no podía creer lo
que estaba leyendo:
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Yo también te quiero...
Te voy a cuidar siempre.
Tu poeta oscuro.
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Mi desilusión fue enorme, pensaba encontrar una dirección o
un teléfono. No tenía nada de él, ni siquiera su nombre.
Pero, ya han pasado veinte años, y nunca más volví a verlo. Jamás
había vuelto a mencionar a aquel hombre que otrora me había dado la noche más
feliz de aquella juventud que ya no gozo.
En noches de viejas memorias, la soledad me abraza y lo recuerdo.
Recuerdo su piel caliente como brasa, sus manos suaves, sus ojos café y su
cabello perfectamente despeinado.
Ahora, mientras camino por aquella calle desolada, lo veo como sombra entre la gente.
¡poeta oscuro! ¡¿dónde estás?!- grito con fuerza-.
Entonces, voy hacia el puente en donde nos encontramos aquella
vez, pero no está allí.
No puedo sostener más esta agonía, traspaso el barandal y me
entrego al abismo. Dos minutos más tarde, en lo profundo del vacío, nos
volvimos a encontrar.